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Añadí una cucharada de azúcar al café. Tenía claro que el café debe tomarse solo, negro y caliente. Tú me lo enseñaste. Desde que te fuiste, mis cafés son raros. Saben al dolor de la ausencia. Volví a mis cuartillas en blanco y escribí:
“Entre los besos perdidos
viniste a verme,
con la pasión de otros días
entre la nieve.
Entre las sábanas frías
viniste a verme,
donde se sueñan mis sueños
creí tenerte”.
No había forma de hilvanar un poema sin que volvieras una y otra vez a ocupar mi todo, porque todo lo que había en mi cabeza me recordaba a ti.
“Los pensamientos azules
tienen el corazón amarillo;
los pensamientos blancos
tienen el corazón amarillo;
los pensamientos amarillos
tienen el corazón amarillo.
Y cuando pienso en tus besos
noto mi corazón carmesí”.
Acabó la canción que sonaba en la radio y en los anuncios me…, bueno, “te” ofrecieron una conexión ADSL más rápido, más barata, más moderna… ¡Como si a ti te interesase!
Debiste solucionar todos los temas burocráticos antes de irte. Me conocías muy bien. Sabías que el papeleo me vuelve loco. Yo no haría gestión alguna. De hecho, aún sigo cobrando tu sueldo del Ministerio.
“Con el parné que me pagan
me compro zapatos nuevos.
Y al pasear a tu lado
con ellos me contoneo.
También te regalo flores,
casi siempre pensamientos
porque su aroma es suave
como tus sueños”.
Por cierto, no sé qué harías en el Ministerio, pero te pagaban bien. No conozco a nadie que tenga un sueldo tan suculento. Necesito otro café.
Vivo en silencio,
esperando…
no sé, si que vuelvas pronto,
no sé, si esperar llorando…
no sé si vivo yo solo
prisionero y solitario
o sueño que vivo solo
porque no estás a mi lado”.
La puerta se abrió de repente y Luciano entró con un vaso de agua y mi medicación de las seis en las manos.
Desde que llegué, Luciano se ha encargado de hacerme la vida más fácil y doña Sandra ha conseguido que no estés siempre en mi cabeza diciéndome lo que tengo que hacer y cómo debo hacerlo.
A veces te echo mucho de menos. Bueno, ya muy pocas veces te echo de menos.
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